Nuestro
lenguaje se ha dividido entre sujetos y predicados. El sujeto es una trampa
gramatical. El predicado está después que el sujeto. El predicado hace al
sujeto, lo modifica, lo cambia. En el sujeto está la vida misma y este la
conduce a partir de acciones. Deleuze plantea la vida como predicado a partir
de la lógica de Batenson “los
hombres son hierba”.
Los hombre son hierba es una metáfora donde la vida deja de estar en el sujeto.
La vida está en relación, está entre. Entre esto, aquello y lo otro. El sujeto
como experiencia de vacío da cuenta del entre. En el entre hay una ausencia, no es ni punto fijo ni su
antípoda. El entre deja un espacio. Esta ausencia es potencia, es
devenir, en esa ausencia ya no hay normas que la expliquen ni lenguajes que la
fijen. Sólo en la ausencia aparece un margen de libertad, la potencia de saber
que lo que es puede no ser, puede
volverse cualquier cosa inesperada, sorpresiva. Sólo algo es, si está siendo.
La ausencia descompleta la presencia, lo interesante y el desafío sea quizá
pensarlas en simultaneo, no es una cosa ni la otra, sino que suceden ambas, al unísono. El único camino que no se debe dejar es el de la incertidumbre.
Porque en este camino hay millones de caminos, millones de líneas que se cruzan
se superponen, líneas de lo insólito y lo absurdo. Deleuze aclama que la vida está llenas de líneas, tantas
líneas enmarañadas como la palma
de una mano. Porque no sólo cada subjetividad tiene
millones de líneas inciertas, sino que el encuentro con dos, tres, miles de
subjetividades se da lugar a diferentes líneas entre mezclan, que forman nuevas
líneas infinitas, interminables y hasta vertiginosas. Pavlosky dice que “La subjetividad no es lo uno
siente, sino lo que es capaz de dejar pasar a tráves: todos los flujos e intensidades posible”. Es la capacidad de otrarse, de poder volvernos otros
aún siendo los mismos. No es sólo A y B combinadas, sino que entre A y B
aparece un vacío, un silencio esperando alzar su voz. Es en el atravesamiento,
ya no hay rótulos, ya no hay etiquetas fijas, ya no hay manuales que nos dicen
cómo-dónde-porque. La ausencia es un límite, un límite entre A y B, no siendo
verdaderamente ninguno y siendo ambos. Entre A y B ya no hay adentro ni afuera,
porque el límite toca ambos puntos. El límite como borde las distintas
representaciones, no como un muro, sino como un ensanchamiento que permite.
Entre el límite de las representaciones hay un abismo irrepresentable, sólo
atravesándolo, aprendiéndolo a soportar es posible devenir. Experimentar el
límite, el abismo, el vacio, nos permite generar terremotos en nuestros relatos
fijados, nos permite tirar al piso la necesidad de un espacio tiempo concreto.
Sólo así se comienza la circulación, la posibilidad de crear una forma, una
forma que a su vez puede tomar otras formas, una forma en constante movimiento.
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