lunes, 15 de octubre de 2012

Corrido.

El sueño empieza en Australia. Estamos en un auto, en una ruta que se dirige vaya a saber donde. Hace calor, lo sé porque el sol refleja contra el auto, contra nosotros. Yo asomo la cabeza por la ventana, miro el horizonte. Te pido que pares el auto. Vos no lo haces. Te lo pido más fuerte. Paras.
Yo abro la puerta, salgo del auto. Corro. Corro entre árboles y pasto. Me voy sacando la ropa mientras corro, sigo corriendo, nunca paro.
Vos corres atrás mío, como siempre. 
Yo sigo corriendo, como nunca. 

Me doy cuenta que ya no hay verde, hay arena. Corro hacia el mar. El agua toca mis pies, mi cuerpo desnudo, corro en el agua. Una ola que me toma por sorpresa, una ola grande que llega hasta el alba, que inunda mi cuerpo, que lo vuelve inerte y frágil. La gente está del otro lado de la ola, nadie me ve. Me empiezo a ahogar. Nadie ve que me estoy ahogando.
Ahí es cuando me despierto, cuando recupero el aire, soy consciente que tengo la respiración agitada, como si hubiera tragado mucha agua, como si hubiera estado por unos segundos muerta. 

Vos dormís al lado mío, no te das cuenta. Vos no te das cuenta que me ahogo. 
Entonces empiezo a recordar algo más, hay un fragmento del sueño que me vuelve a la cabeza, una pieza de mar, de ola gigante que me tapa y me limita. Veo la última imagen del sueño, veo una cuerpo ajeno tirándome del pie, llevándome a lo profundo del agua y mi angustia, ahogándome. 
Y vos ahí dormido, sin comprender que segundos antes estábamos en una playa, en un mar, que había una mano tuya empujándome  Eras vos el que me estabas ahogando. No podes saberlo. No te das cuenta, ahí, dormido. 

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