sábado, 3 de noviembre de 2012

Prófugos.

Siempre corro. Vos sabes como soy, los compromisos me ahogan. Estas ideas de relaciones formales, los compromisos y las promesas, siempre los vi como un amor de institución, no sé. No me gusta. No me gusta sentirme atada a nadie. Yo huyo de cosas así. Corro, corro, corro hasta me duelen los pies, hasta que me empiezan a sangrar. Quizá sólo después, mucho después me pongo a llorar porque me doy cuenta. Me doy cuenta que salí corriendo. 
Salir corriendo duele. 
Pero no lo puedo evitar. 
—¿Qué no podes evitar?
— ¿Qué?
—Claro, qué es lo no podes evitar: ¿salir corriendo o tener miedo?
— Tener miedo. Y salir corriendo. Van de la mano, creo. 
— Julieta... 
—¿Qué?
— ¿Y si por esta vez, dejas de correr?


Silencio. 


Dejé de correr. Me sangraban los pies.
Pero por primera vez en mi vida, no había huido.
Por primera vez en mi vida, me había detenido justo a tiempo. 

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