sábado, 18 de febrero de 2012

Reflexiones.

Quien haya tenido la necesidad de escribir entiende que el primer encuentro entre el lápizpapelautor sucede por la creencia erronea de que al plasmarlo se puede evitar sentir el vacio del mundo. No se me confunda, lo mismo le sucede al dibujante, al músico o al fotógrafo; todos intentamos retratar lo mismo a nuestro modo. Por eso el público ama al arte tanto como lo hace el artista: también ellos pueden ver el vacio, lo escuchan en la nota fa menor, o sienten pánico cuando en el escenario Mercurio es traspasado por la espada de Tobaldo. La única diferencia entre el público y el artista es que los primeros no han sabido plasmarlo. Lo que verdaderamente nos causa placer como espectadores es poder ser testigo del dolor sublimado de otro.
Pero lo cierto -y esto lo sabemos todos- es que ese agujero nunca se va, ni siquiera a la hora de hacer arte, y entonces hay que aprehenderlo, hacerlo propio. Porque como ves, uno también es su propio vacío.
Se hace arte no porque se desprecie los espacios en blanco, sino porque aprendemos a convivir con ellos.
Se entiende finalmente por qué vacío y arte, en la última estación del viaje, se convierten en lo mismo.

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