lunes, 16 de julio de 2012

Ni olvido ni perdón.

Tendemos a concebir al recuerdo como un hecho conciso, sucedido en el tiempo, un segmento del pasado que aparece cada tanto por asociación a un hecho presente.
En realidad el recuerdo no es más que una elaboración del cerebro, por ende inconclusa, inverosímil  y fragmentada. Y más aún lo es el relato del recuerdo: el Lenguaje ya de por sí siempre está en lugar de otra cosa (Saussure, 1957). Acaso no hay recuerdos positivos o negativos, tan sólo hay meras atribuciones de significación donde su connotación varía según las condiciones del narrador de turno. Incluso el relato de un mismo recuerdo cambia a lo largo del tiempo:  he escuchado -a veces más de cerca, otras de lejos- un relato sobre un acontecimiento o persona de manera positiva y lo he re escuchado enotra ocasión posterior con connotación peyorativa. Como seres inconstantes que somos, nuestros sentimientos a otros son ambivalentes por lo que también los relatos se modifican: la lingüística es la estructuración del pensamiento (Levi Strauss, 1969). El relato del recuerdo es su mayor transformación: no es el sentido lo que se ha transformado, es el recuerdo propio. No se trata en realidad de entender la veracidad del hecho pasado, más bien comprender que las memorias son proyecciones de nosotros mismos puestas en otros. Nadie nunca será lo suficientemente malo ni lo suficientemente bueno. Cómo recordamos a un otro no se vincula con el afuera.
El recuerdo no es ni más ni menos que una proyección, la capacidad y limitación de uno mismo. 

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